69 edición. Del 18 al 26 de octubre de 2024.
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Donde fui el Graduado y un hombre llamado caballo, de Luis Miguel de Dios

Cada vez que paso por el Ramos Carrión, en la Zamora medieval, cerca de Viriato, me siento, como mínimo, Dustin Hoffman y Richard Harris. Vuelvo a mis 17 años, en Preuniversitario, y con todo por descubrir. Y aquellas dos películas, El Graduado y Un hombre llamado caballo, fueron dos aldabonazos que me cambiaron, y mucho, la percepción que tenía de la vida, circunscrita hasta entonces al pueblo, la residencia, el instituto, la beca y el fútbol. ¿Por qué? Aun no lo he descubierto. Solo sé que el Ramos Carrión es un hito en mi pequeña historia. Y no solo porque, camuflado entre un grupo de mayores, pude ver películas no autorizadas para menores de 18 años. ¿Cómo puede una sala de cine ejercer tamaña influencia? También lo ignoro, pero es así. Hoy en día el Ramos Carrión, restaurado, remodelado, precioso, acoge de todo (conciertos, teatro, monólogos, presentaciones, congresos)… menos, ¡ay! cine. No me quejo, pero no quiero poner freno a la remembranza. Que me dejen ser el Benjamin atrapado por la señora Robinson o aquel noble inglés convertido en jefe indio.

Dustin Hoffman y Richard Harris relegaron, cosas de la edad del pavo, a un segundo lugar a otros héroes del Ramos Carrión. Sí, claro que sí, a Gary Cooper y a John Wayne, entre otros. Matinales infantiles cuando mi tía Lola nos manda a mi primo Pedro y a mí a ver aquellos filmes en los que siempre ganaban los buenos. Y los buenos eran, faltaría más, los americanos. Y los niños (yo tenía once años, acababa de llegar del pueblo y vivía en una pensión) aplaudíamos a rabiar cuando aparecía el 7º de Caballería y masacraba a los malvados apaches. Y, felices, gritábamos. Todavía hoy, las paredes del nuevo Ramos Carrión, inmaculadas, asépticas, me envían aquellos chillidos alegres, vencedores.

Me sucede algo parecido con el antiguo Barrueco, uno de los cines emblemáticos de Zamora. Convertido ahora en pisos y locales, me lanza con frecuencia ecos de disparos. La muerte sigue allí teniendo un precio y el bueno cada vez es más bueno, el feo más feo y el malo más malo. ¡Jo, qué alegría cuando me enteré de que el cementerio donde se desarrolla la escena final está en Burgos, cerca de Silos! ¡Y lo vi, valga el pleonasmo, con mis propios ojos. O sea, que aquí en Castilla y León también valemos para las pelis del Oeste y no solo para hacer cabalgar al Cid.

¿Y por qué no pudieron desarrollarse aquí escenas de aquellas Celestina que  contemplé extasiado en el Principal zamorano. Sesiones dobles vespertinas, gallinero, chavales que por pocas pesetas pasábamos la tarde y después los comentarios de lo visto en aquella sala, pequeña, reconcentrada, nos duraban una semana, hasta el próximo domingo. La Celestina. Primera vez que casi todos nosotros atisbamos más que ver un pecho de la actriz que interpretaba a Elicia. ¡Qué descubrimiento! Algunos, sobre todo los externos, fueron al Principal todas las veces que pudieron. Y hoy, en esa sala, recogida, maravillosa, se puede ver, asimismo, cualquier espectáculo…menos cine. Tampoco me quejo. Paso siempre que puedo por aquel rincón de la Zamora entrañable. Y me saluda Elisa Ramírez. Y aun me da miedo Amelia de la Torre, especialmente sus gritos de bruja traicionada cuando la apuñalan Sempronio y Pármeno. Y me parece verla volar, en Salamanca, por el huerto de Calixto y Melibea. Claro que está mejor como Celestina en la pantalla del teatro Principal zamorano cuando los adultos de entonces descubríamos la existencia a través del cine.

Me invade también, no podía ser menos, cosas de la edad, cierta melancolía cada vez que veo el local del viejo cine de mi pueblo. En aquellos domingos heladores de finales de los 50 y principios de los 60 yo fui Currito de la Cruz y José María el Tempranillo y los héroes del Alcázar no se rinde y de la fiel infantería y del santuario de la Cabeza y descubrí América y me estremecí con Locura de Amor. El lunes por la mañana, los niños de la escuela nos repartíamos los protagonistas de las películas. Los mayores y los más fuertes ganaban siempre. A los demás nos quedaba el consuelo de poder vivir otras vidas. Y de poder repetirlas el domingo siguiente en aquel local con bancos de madera, sábana por pantalla y la vara del señor Jesús si dábamos guerra.

Pero aquel cine fue la semilla del Principal, del Ramos Carrión, del Barrueco y, ya en Valladolid, del Calderón, del Lope de Vega, del Zorrilla, del Coca, del Carrión.

Imposible olvidarme de ninguno.

Luis Miguel de Dios. Periodista

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